miércoles, 23 de marzo de 2011

Pornografía. Escritos viajeros. (4) Del extraño servicio de habitaciones y la que se me vino encima.

                                                IV
Del extraño servicio de habitaciones.
La Supramujer y mi Cara de Lelo.





Pintura de Viktor Lyapkalo





   Aporreaban con insistencia:

   -Servicio de habitaciones. Abra, por favor.

   Lo hice sin pensar en las consecuencias y me hallé ante mujer madura de gran tipazo y bien guapa, embuchada con divina gracia en sábana, peplo o textil similar.

   -Vengo a limpiar y componer el suyo habitáculo.

   Y sin esperar mi respuesta, aquel bellezón entró hasta el fondo de la estancia.

El habla se me había bloqueado. Mis ojos, abiertos hasta la sangre, la seguían en su magnífico y magroso contoneo. Y mi instinto básico, a tope. Ni siquiera vergüenza tuve de estar en atuendo de calzoncillos zarrapastrosos, de tener la foto del cabrero y las tiras del Oráculo de Google adheridas a mis sudorosos miembros y torso, como si fuera un vendedor ambulante de pornografías de baratillo. Ella tan bella, tan digna, y yo, ridículo. Daba lo mismo.

   Cual autómata movido por telúricas fuerzas sexuales, entré en el aseo y me apliqué una fría ducha. Ni por estas se me pasaba el ardor. Mis húmedos pensamientos de agua y efluvios internos me hacían imaginar que ella era persona muy conocida, y si no lo era, ¿a quién se parecía? Me armé de valor y salí del cuarto de baño a enfrentarme con aquel torrente de perfecta carne.


   Iba a ponerme falsamente digno cuando, tapándome la boca con aquella mano de largos dedos imposibles, me dijo:

   -Tú, tranquilo. Te interesa saber lo que voy a contarte. Nos interesa a los dos.

   Y me sentó al borde de la cama junto a ella, muy junto a ella. Olía a flores frescas y cachondas. Casi me derrito cuando comenzó a susurrarme al oído dulcísimos vocablos en lenguas ignotas para mí. Daba lo mismo que no entendiera ni papa, que fuera una cortesana. La miraba cual bobo ante pastel jamás masticado.

   Ella en seguida comprendió que yo no estaba dotado para sus idiomas. Entonces, tras acariciarse, apretarse, sus dos turgentes pechos, habló en mi lengua con su húmeda y deseada lengua.

   -Hago esto con mis tetas, ¿se dice tetas?, no sólo para excitarte, sino para sintonizar con tu idioma de mortal de ahora.

   Qué cosas tan deliciosamente raras decía aquella supramujer pelirroja. Qué piernas, qué contornos, que cara de tonto bendito debía de tener. Estaba seguro, era clavadita a la actriz que se quitaba el largo guante, pero…

   -Deja de pensar en eso del parecido. Sé quién eres y a qué has venido a esta isla y al Oráculo de Google. Yo te puedo informar mejor que la Sacerdotisa, que el Cabrero y que todos los sueños retorcidos que puedas tener. A la Sacerdotisa le quitas las máquinas, el Internet ese y la electricidad, y no sabe ni cómo se llama. Y al Cabrero le dejas sin sus cabras marranas, y se queda mudo. Tú hazme caso a mí y déjate de teorías.

   -¡Coooño, tú eres nieta Rita Haywoth o Rita Cansinos! Eres clavadita a ella.




-¿A ella cuando era joven o cuando era un poco más…? ¿Entiendes?

   Estaba pillado. Cualquiera le soltaba al bellezón que, a pesar de que la juventud le quedara algo lejana, mantenía un tuvo-retuvo de lo más apetecible.

  -No digas nada. Las palabras, normalmente estropean la realidad. Sé que estoy un poco pasadita. Pero eso es normal.  He estado de estatua del punto Oráculo de Google más de treinta años, desde la época en que empezó la magia de la informática y sus malditas computadoras. Treinta y tantos años sin tener trato carnal, de pasmarote en el pórtico del templo, simplemente de estatua mirona. Eso envejece mucho y yo necesito amar.

   Paralizado, acojonado; eso era poco:

   -Verás, Rita o quien seas. Yo no tengo nada, ni dinero, ni ganas a estas horas tan mañaneras-. Esto último, como se comprenderá, era mentira cochina, pero que muy cochina.

   Pero sus brazos me asediaban y su aliento me envenenaba el sentido y el sexo. Le dije que estaba casado, que era un maridito sumiso, que era maricón perdido, inapetente, impotente, muerto en vida. No se tragó ninguna de mis mentiras. Muy al contrario, mi estúpida verborrea la excitaba más, la llevaba a todos los territorios de mi anatomía en calzoncillos, al termómetro de mi temperatura sexual. Tocado.

   -No me creo nada, hombrecillo. Sólo sé que estás aquí.

   Madre mía. Yo sin afeitar y en gallumbos zarrapastrosos.

                                                (CONTINUARÁ)





Mosaico pompeyano

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2 comentarios:

  1. Qué eres muy bueno, Rafa...un magnífico escritor. Que la literatura erótica tiene que ser también Literatura, esto es, un arte...y en lo que has escrito hay arte e ingenio a raudales...ironía, sabiduría, bastantes, bastantes cosas...cada vez que te conozco más el asombro va en aumento...
    Estos días no tengo demasiado tiempo de andar por esas calles de dios y el diablo...ni mi ánimo está para excursiones...así que asomarme a la ventana de Metolcuatro me acerca a la brisa y a la lava de tu persona. Y es reconfortante. Un fuerte abrazo.

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  2. Querido Emilio:

    Te agradezco tus piropos y apoyos literarios. Ya me gustaría a mí librarme del duro banco de Interleches y salir con los amigos (y amigas) a tomar, cañas, vinos y aire fresco. Las máquinas nos están chupando el alma y el almaricoque. Rousseau tenía razón. ¡Viva la Vida! ¡Vivan las buenas salvajadas!, querido amigo.

    Rafael César

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