miércoles, 13 de abril de 2011

Pornografía. Escritos viajeros. (7). De la que se avecinaba y el reencuentro con un amigo.



VII
De la que se avecinaba
y
del reencuentro con
Milton Zaguán





Pintura: Lucian Freud, 1980 


 Pintura: Lucian Freud, 1977





  La recepción, vacía y con eco de mal augurio. Deambulando por el vestíbulo, un encorvado viejo vinagroso que se disponía a cerrar la puerta del hotelucho.

   -Espere, que me deja dentro.
  
   -Como no se dé prisa, seguro.

    Carajo, pensé, habla mi lengua sin casi acento y no tiene aspecto de ilustrado urbanita, parece más bien labriego. Le pregunté con cierto temor:

    -¿Cuánto es la habitación?

    -Da lo mismo; se han ido todos.

   -¿Pero algo deberé?

   -Que es igual. Para la que va a caer, paga la casa.

   En mi vida me habían invitado a una pernoctación de hostal u hotel de ninguna estrella. Qué raro. Empecé a arrepentirme de no haber ido con el sabio cabrero.


 Foto: Jean Francois Jonvell





   La calle era una parrilla a la brasa de un sol rojo y quemante. El turisteo de medio pelo, que deambulaba por las callejas como piojos fritos en busca de sombra,  miraba hacia arriba en busca de historia antigua y ropa tendida.

   Pero las ventanas estaban cerradas. En las aceras, ni los habituales gatos, perros, burros y asquerosas palomas. Y pocos negocios permanecían abiertos, ni siquiera en el puerto. Reinaba un horizonte perfecto y limpio de la perturbación humana que encontré al llegar a la isla.

   Dos ferrys, en azul oxidado, esperaban. El primero ya se iba tragando al pasaje. Saqué el billete para el segundo y esperé sudando en una sombra sin inquilino. Me dormí y tuve una pesadilla rápida:

   El mundo se había secado, porque una ballena grande como cien montañas se había tragado todas las aguas. En la tierra, seca y abrasada, Jonás con gorra de béisbol vendía botellas de agua mineral. Era el ser más rico del universo. Hasta tenía de cliente a Dios. Pero yo no tenía dinero y me moría de sed.

  Una mano peluda me sacó del mal trago onírico. Era de Milton Zaguán, conocido literato madrileño, bohemio y parlanchín desbocado, que se ganaba la vida con un lucrativo negocio de bolsos y collares de coral.

   -Rogelio, que vas a perder el barco… ¿De turismo, eh?

  -Que va- le dije desde mis legañas-. Estoy aquí por unas investigaciones. ¿Y tú?

   -Trabajando en calidad de presidente de la Asociación Literaria y Artística Grecolatina. Soy el guía turístico del itinerario que he organizado: "Caminito de Ítaca", y hoy tocaba esta isla, que por cierto no tiene mucho que ver, quitando el Oráculo de Google, aunque tampoco. Es una modernez de ese monopolio de la comunicación universal.

  -Aquí hay más cosas de lo que parece.

  - Pues mis excursionistas de la Asociación dicen que esta isla es un coñazo, que no da ni  para una foto.

   Brusco corte en nuestra conversación. Una de las monitorizadas de la Asociación de Milton, madura y regordita, corría cual leona de Castilla tras dos caniches, uno blanco y otro negro. Tras ella, otra de sus excursionistas, ésta joven y espigada, hacía lo propio tras un galopante pastor alemán. Y cerrando la extraña carrera,  una enlutada vieja a lomos de un asno veloz.

   Tenía la rara impresión de asistir al día de San Antón o algo parecido e impropio de una isla clásica.

   Milton se puso a hablar con un señorín de blanquísima y poblada cabellera:

   -Yo no puedo dejar en esta isla a nuestras compañeras y sus respectivos perros. Así que te encargas tú de embarcarte con el resto de la excursión, que yo lo haré en el próximo ferry, cuando localice a estas locas-. Y nervioso, me preguntó qué pesaba hacer.

   -Te acompaño.







   Atravesamos el casi deshabitado pueblo, seguidos por una piara de cerdos, gallinas, patos, un caballo desbocado y una familia desnuda.

   Qué estaba pasando. Se lo pregunté a un viejo y me dijo sin pararse:

    -Hay que llegar cuanto antes al Monte Senux.

   El cielo se iba transformando en plomo sucio y amenazante.

   Cuando llegamos al Oráculo de Google, la Sacerdotisa, con su desnudo y sinuoso cuerpo cubierto de cables y clavijas, nos predicó:

  -¿A dónde vais? ¿Qué maldita epidemia os aqueja? Esta isla está maldita, tenéis que huir de ella.

    La vieja enlutada a lomos del pollino nos susurró:

  -A ésta, ni caso. Dice que es sacerdotisa, ¿de qué? Es una de esas brujas que aparecen en los televisores por la noche echando las cartas y diciendo tonterías de los horóscopos.  No creo que dure mucho.

  Entonces comprendí que el saber de la Sacerdotisa de Google, como el mío, dependía de máquinas controladas por unos negociantes muy ricos. Conclusión, cada vez sabía menos sobre qué era eso de la pornografía.

  Desde el templo del Oráculo de Google, podían verse las azoteas del pueblo llenas de gentes agitadas. Milton me pasó sus prismáticos de general o de supremo cotilla. Desde las azoteas, muñequitos humanos señalaban el mar y el cielo. Algunos se agrupaban de rodillas como acojonados oferentes ante el rezo.

   Continuamos ascendiendo. Cada vez costaba más. El cielo plomizo empezó a chorrear agua caliente. El aire era una sopa eléctrica.

   Milton dejó de subir la cuesta y me señaló unos árboles. Al principio no comprendía, no veía, hasta que por fin observé  entre la maleza a las excursionistas de la Asociación. Era absurdo, pero ambas fornicaban  con sus respectivos canes. La del pastor alemán estaba siendo montada cularmente, sin poderse discernir por qué agujero. La de los caniches era lamida en pleno florilegio por el negro, mientras masturbaba y succionaba el falo del blanco.











Nos hubiéramos acercado más para contemplar con todo detalle aquel increíble espectáculo de no ser por el grito de la enlutada vieja del burro:

     -Miren, miren lo que viene del mar. ¡Oh malditos dioses del agua!

                                                 (CONTINUARÁ)








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1 comentario:

  1. "El mundo se había secado, porque una ballena grande como cien montañas se había tragado todas las aguas. En la tierra, seca y abrasada, Jonás con gorra de béisbol vendía botellas de agua mineral. Era el ser más rico del universo. Hasta tenía de cliente a Dios. Pero yo no tenía dinero y me moría de sed"

    Escribir esto no está al alcance de cualquiera.
    Un gran micro relato, rico de matices y pensamiento, pleno de ironía e imaginación, que se fusiona con todo lo divino y lo humano. Perdona que haya hecho una parcelación del texto, pero es que esto me obliga a cortar y pegar para ponerlo citando procedencia. Qué bárbaro...

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