jueves, 28 de abril de 2011

Pornografía. Escritos viajeros (9). Del erecto enano barroco y de un raro refugio.




IX
Del erecto enano barroco
y
de un raro refugio




 Pintura de Jeffrey Gold





    Nuestro marcial enano nos condujo por estrechas y laberínticas galerías. Iluminaba el camino con un candil que, de una cadena, pendía de su magno cipote. Al observar nuestro asombrado azoramiento, tuvo a bien detenerse y hacernos esta increíble observación:

   -No crean que estoy erecto todo el día. Ustedes, los actuales, hacen flexiones, abdominales, cuádriceps, corren, nadan, se pegan caminatas y toman vitaminas. Pues en mi caso, y dada mi condición, hago lo propio con mi masculino miembro. Lo entreno todos los días. Así he conseguido muscularlo convenientemente.

   -Qué interesante- dijo a lo bobo Milton

   -Interesante y sobre todo formativo. Si me permiten, puedo hacerles una demostración de la fuerza y variedad de movimientos conseguidos, así como de mi torrente espermático… A ver, ¿cuál de los dos le echa un pulso a este mi tercer brazo?

   Nos quedamos inmóviles, no fuera que nuestro envalentonado enano interpretara cualquier gesto como aceptación de la apuesta.

   -Vengan, no sean cobardones, que les doy ventaja. Sus dos brazos derechos contra mi musculito.

   Y nos agarró con descomunal fuerza, haciendo inútil toda resistencia. Entonces, le rogamos que, por favor, no; que en otro momento. Con el forcejeo, el candil cayó y nos quedamos a oscuras.

   Tras un breve pero largísimo instante en tinieblas, hízose la luz y apareció el enano con el miembro morcillón.

   -Vaya, me hecho perder la concentración, aunque es del todo evidente que no son rivales para mí, humanos cobardones.





 Ruinas de Delos


  Aliviados, nos dejamos guiar por las galerías hasta dar en una puerta de madera, muy antigua pero en perfecto estado. El enano, esta vez con candil en mano, se detuvo y nos informó:

   -Detrás de la puerta tienen todo lo que necesitan para reponerse. Si precisan de algo más, pídalo en voz alta y al instante estaré ante ustedes. Suerte.

   Repentinamente, volvieron las tinieblas. Empujamos la puerta, pero no cedía. La aporreamos y nos abrió una estupenda y jamonuda señorita de norteño aspecto y en total desnudez. Sin saludarnos, nos dio la espalda y el culo como si nos conociera de toda la vida.

   Aquello parecía la recepción de un hotel de múltiples estrellas. Un vestíbulo bien iluminado, con gente elegante y poco vestida, extrañamente ajena a la catástrofe que vivía la isla. Al fondo, una escalera de mármol que parecía conducir a la planta de las habitaciones.

  -Esto está cada vez más rarito- le dije a Milton.

  -De acuerdo. Es como si estuviéramos dentro de un videojuego diseñado por un gilipollas salido.

  -Y drogado. O sea que va a tener razón el caballero Shakespeare cuando dijo eso de que la vida era un cuento contado por un idiota… ¿Cómo sigue?

   -Llena, la vida, de ruido y furia, que nada significa o algo así-apuntilló Milton.

   -Haciendo la versión pornográfica podría quedar en que la vida es una absurda peli porno rodada por ministro de agricultura, corrupto, inculto y que no para de hacerse pajas.

   -Una historia llena de tías tristes, polvos lánguidos y escenas antilujuria- apuntilló mi compañero.







 Arte griego. 475 antes de J.C.



   En estas absurdas filosofías estábamos, casi tan absurdas como lo que estábamos viviendo, cuando se nos acercó un anciano que cubría sus pudendas partes con hoja de parra.

   -Mis más sinceras “congratulizaciones” por haber salvado el pellejo. Me presento. Mi nombre es Max Schllinder Capote, alcalde de la aldea nudista del Monte Senux, vegetariano practicante, mesmerista titulado y en ejercicio, y honrando productor de vino ecológico. ¿Ustedes, caballeros?

   -Turistas sin pretensiones- respondí sin más, pues tal y como iba el asunto no estaba dispuesto a sincerarme de primeras con estrafalarios extraños.

   -¿Y usted también es de esa clase de turista?

   -Por supuesto, aunque además me dedico al tráfico de corales- respondió Milton.

   -Interesante. Bien, les explico- y el tal Max se colocó bien la hoja de parra-. No sabemos lo que sucede fuera. Imaginamos que se vive un desastre total. Digo “imaginamos” porque aquí no hay cobertura, y no funcionan los móviles ni la tele ni los ordenadores ni hay enchufes ni electricidad y no hay manera de cargar las baterías.

   -¿Pero todo este chorro de luz vendrá de alguna parte?-pregunté asombrado.

   -Ni idea amigo. Es un total misterio. Tal vez sea por fosforescencia, pero aún no  hemos conseguido averiguarlo. Lo cierto es que aquí estamos protegidos y no falta de nada.

   -Pues yo quiero beber- saltó Milton.

   -Beber y fumar.

   -Vayan al almacén y cojan lo que les plazca. Ya les he dicho que hay de todo, pero estamos incomunicados, a la espera de lo que ellos decidan.

   Viendo nuestra ignorancia, Max bajó la voz:

   -Los que manejan todo son los del pueblo, gente muy rara, como de otro mundo o de otra época. Cuando nuestra comuna jipi se instaló en esta isla, nos acogieron si problemas, pero nunca ha habido mucha relación. Si teníamos algún problema o caíamos enfermos, nos lo solucionaban al instante, sin pedirnos nada cambio, sin aceptar ningún regalo. Si moría alguno de nosotros, eran los primeros en presentarse y en ayudarnos a trasladar el cadáver a su país de origen. Sin embargo, alguno de los nuestros ha desaparecido. Les hemos preguntado, y ellos responden que no hay que preocuparse, que cualquier día aparecerá.

   -¿Y la policía qué hace?- le pregunté con miedo, sed y ganas de fumar.

   -Ellos controlan todo, ellos son la policía… Vamos a dejarlo que ustedes tienen que reponerse. En el almacén tienen todo lo que necesitan. Después instálense en una habitación, hay muchas vacías.






 Arte griego. Posible ninfa




   En el almacén había de todo y gratis total. Subimos por la espléndida escalera de mármol y nos instalamos en regia habitación con bien surtida biblioteca de clásicos griegos y latinos.

   El cuarto de baño estaba decorado con frescos luminosamente eróticos. Venus lindísimas, náyades y ninfas de atrayentes carnes, faunos bien dotados, toros en celo y un sinfín de representaciones que ni salidas del mejor Ovidio. La bañera era una gran concha de plata. De los grifos manaba una atemperada agua. El jabón de algas era esencia ideal y relajante. Todo se presentaba estupendo y divino, pero tenía la impresión de que las figuras de los frescos no dejaban de observarme.

   Tal vez estaba demasiado cansado y retorcía la realidad. Había que relajarse, relajarse… y no sé si me quedé dormido, pero descubrí, puedo jurarlo, como una ninfa de los frescos me guiñaba un ojo y me lanzaba un beso. Me vestí y salí del grecolatino aseo. Tenía que avisar a Milton. No estaba en la habitación. Entonces grité su nombre. Silencio. Nadie contestó ni el enano apareció.







 Pintura de Lucian Freud. 1973





   Bajé hasta el vestíbulo. No había nadie. En el almacén tampoco. Dije unas cuantas veces bien alto el típico “¿hay alguien?” Sin respuesta. Llamé a la puerta de todas las habitaciones que encontré. Silencio. Entré en algunas. Vacías. Y acojonadito perdido, regresé a la mía. Sobre un rojo sofá, yacía lánguida y desnuda una de las ninfas de los frescos. Yacía bella, peligrosa, fumando y leyendo un libro.

   -No te quedes ahí; entra y cierra la puerta- dijo la susodicha ninfa como si fuera vecina del barrio-. Tardabas y me he puesto a leer. ¿No te importa que me fume uno de tus cigarrillos?

                                               (CONTINUARÁ)





Ninfa yacente. Foto, década de los 60

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