Prosas rabiosas
ANYA
EN GROENLANDIA
Los
sentimientos son peligrosos, y más aún no tenerlos. De sobra lo sabe Anya, pero
le da lo mismo, pues Anya tiene cara de verano, cuerpo en pleno verano. Un verano puro y sin sujetador. Un
verano de largos y vaporosos vestidos de algodón, dentro de los cuales es muy
conveniente ir sin bragas, abrir el ordenador y leer cosas sobre Groenlandia.
Anya
siente escalofríos. En Groenlandia refresca mucho. En Madrid, este principio de
verano también está siendo muy fresco. Y sucede que la boca, la garganta y los
recuerdos se le resecan hasta que no hay saliva ni memoria, sólo lengua de
lija, de cocodrila en celo. “Socorro, ¿dónde habré puesto mi botellita de agua?
¿Dónde está Groenlandia ahora?” Y de pronto se le viene encima su última
fornicación. “Socorro… ¿Hay alguien?... Follar está sobreestimado”. Seca y
amnésica. “Tanto sexo, tanto sexo… Sobrevalorado”. Sin embargo, Anya volvería
al lugar del crimen, bien abierta de piernas, bien agarrada al cuerpo que la empujaba
con la pasión del animal que matamos todos los días.
Anya se irá a Groenlandia a finales de agosto,
con una amiga. Indudablemente, tendrá que cambiar sus vaporosos vestidos de
algodón étnico por aislantes térmicos adecuados. ¿Por qué adelantar el frío?
¿Es un error o es jugar al túnel del tiempo? ¿Quién sabe? La vida nunca
contesta, y mira que Anya le hace preguntas a la vida y a la gente. Desde su
ordenador de niña cumplidora y aseada, también interroga a Groenlandia. Y esa
tierra escondida responde contándole historias sobre sus primeros humanos, los
inuit, para los que todos los seres, fenómenos o cosas son personas con alma. O
sea, un mogollón de gente y, encima, con alma. Es normal, aquello está
desierto. Solución: si hay poca gente,
se decreta que un oso polar, un caribú, el pico de un monte helado o una
ventisca con todo el hielo del Infierno son personas. Y se acabó el problema.
El
ordenador pita y pita y Anya despierta de su pequeño sueño, de su pequeña
melena. Internet ya le está hablando de aquellas lejanas tierras, con fotos,
con vídeos, con excursiones para disfrutar de glaciares, animales solitarios y
peludos y nativos misteriosos. Tal vez desnuda en la nieve. Fácil y bien
organizado para vivir durante una semana en compañía de osos polares, focas,
morsas y una amiga, ¿también desnuda en la nieve?
Pero Groenlandia sigue estando lejos, igual
que tanto de lo que deseamos. Tendría que haber más medios de transporte para
viajar al deseo.
Anya apaga el ordenador y regresa más y más
a sus ensoñaciones. A ella le gusta alejarse. Antes de viajar a Groenlandia irá
a Japón. Un extraño Japón desde su mirada húmeda y fija en un punto del último
horizonte. Hay que saber estar sola. Muchas personas, sobre todo hombres, ni
quieren ni saben estar solos.
Sin embargo, Anya querría tener a su lado a
un ser humano. Posiblemente un hombre amoroso, al que hacerle una batería de
preguntas socráticas, que no galaicas. Un hombre inuit al que decirle: “Eso no
es así; eso es mentira”. Ahora Anya es casi la esfinge del oráculo. No ofrece
respuestas; solo formula preguntas. Pero a veces, como una primitiva, como una
inuit, la pasión y el deseo -y también un poquito la razón- la arrastran a
buscar respuestas viajeras en La
India , Australia, Japón, Groenlandia o quizá en el último
cuerpo fornicado, ¿en la nieve del último glaciar?
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